martes, 29 de marzo de 2011

Es en el arte de vivir

Por Jessica Walker

Laboratorio Escuela 2010 - Foto: Jorge Gareis

A mayor esencia, mayor presencia.

Es en el arte de vivir donde el arte del escenario vibra. El ejercicio de ser. El ejercicio de ser en el escenario. Un ejercicio bendito a la hora de compartir el ser tú mismo.

El escenario desde el miedo detona juicios permanentes: no puedo, no sirvo, no valgo. Lo quiere hacer siempre más complicado de lo que realmente es, posterga vivir el presente y no sabe respirar. Siempre compara y se siente por debajo del resto y se va, sintiéndose sólo y especial en su dolor. En este lugar es imposible darse cuenta de lo iguales que somos y cómo es necesario trabajar juntos.

¿Qué necesita un creador-actor? o ¿Cual es el talento que nos hace despertar la gracia que llevamos dentro?

El trabajo. La belleza se encuentra en el trabajo. Sólo en la constancia de un ENTRENAMIENTO a conciencia, una plegaria contínua, sólo a través de la práctica podemos llegar a tener una experiencia.

La experiencia es lo que marca la via de acceso al cambio. No hay nada trascendente fuera, todo lo trascendente ya sabemos donde está. Llama, llama al amor, llámalo en todos los sentidos, en todas las direcciones, dispara al amor, entrena al creador que eres, entrénalo desde el corazón, revolucionario a la hora de pararse en un escenario. Para mí, el escenario es una práctica devocional, un compromiso con un gurú sencillo que me permite equivocarme y seguir entrenando en nombre del amor. Que me mueve el corazón a velocidades insospechadas: DIOS.

Qué descubro: que la técnica es una actitud.


(Publicado originalmente en la revista "ahoraYoga" nº 0) 

lunes, 21 de marzo de 2011

Estar ahí


Por Camilo Zaffora



El Si, el No, Elsinore (2008) - Dirección: Jessica Walker

Ninguna de las formas del arte me ha dado una sensación de aquí y ahora tan potente como el teatro. Ni la música, ni la pintura ni el cine han logrado sumergirme tan radicalmente en el momento presente como el teatro. Y esto lo aprendí en el Laboratorio. Cuando el presente se habita, se vuelve denso. Cuando el actor no se escapa del aquí y ahora, es muy difícil que tu lo hagas como espectador. Y lo sagrado aparece ahí, porque lo sagrado habita en el presente. El concepto de “espacio sagrado” trasciende lo que se entiende comúnmente como tal (iglesias, mezquitas, sitios dedicados al culto en general). Cualquier espacio se vuelve sagrado si quien lo ocupa habita el momento. “Habitar el presente” es una llave hacia la experiencia trascendente en todas las tradiciones místicas que existen. Todas las técnicas de meditación y contemplación se basan en esta premisa. La idea que habitar el presente -y sostener esta presencia- abre la puerta del ser, acerca a Dios, te muestra lo real.
 
El Laboratorio concibe a la actuación como una meditación activa. Estar ahí. Estar ahí con tu compañero. Estar ahí en la acción, en la reacción. Estar ahí aunque no estés haciendo nada. No actuar, ser. El estar despierto (“vivo”) en el escenario ayuda a que lo que ocurra allí sea espontáneo (“vivo”). En cierto modo, todo el entrenamiento del Laboratorio se dirige a enseñarte a “estar ahí”. Parece simple pero no lo es, dado las miles de tentaciones de escape que se le presentan al actor en cada segundo (el público, el director, una tos, los compañeros, el juicio propio y ajeno, las expectativas propias y de los demás, el “cómo lo estoy haciendo”,  el “qué debería hacer ahora”,  el “lo que sigue en la obra”, el “lo que acaba de ocurrir en la obra”, el “lo que preparé”, el “lo que debería sentir mi personaje”, el texto, la postura, el cuerpo, los pensamientos…).

El aquí y ahora te enciende. Genera un estado que actúa como fuerza centrífuga.  Un actor (o grupo de actores) que trabajan desde un calmo aquí y ahora se vuelven un imán. Atraen al público dentro del escenario. No tiene que actuar hacia afuera, ni producir algo en el espectador. El espectador es absorbido por lo que ocurre.

HABITAR EL ESCENARIO DESDE UN ESTADO VIVO
 
Dúos Tercer Año (2010) - Dirección: Jessica Walker - Foto: Viky García

El “estado” es indefinible. Cada actor lo exterioriza de una manera diferente, por caminos propios. Pero es algo que salta a la vista. Es un estar energético, invisible pero perceptible. Es independiente de lo que haga o deje de hacer el actor. Es un poderoso espacio de honestidad. Es un lugar en el que no existe el miedo (la actuación “enérgica”, “potente”, el excesivo histrionismo no es más que miedo disfrazado).

Cada clase y ensayo del Laboratorio incluye un momento que se llama “existimos”. Son treinta minutos que tiene cada actor para trabajar consigo mismo, sin indicaciones ni pautas de ningún tipo. Para definirlo de algún modo, se trata de encontrar el “estar” de tu personaje y buscar, trabajar y probar cosas desde allí. En los primeros meses de entrenamiento en la metodología del Laboratorio, es el momento para aprender a encontrar el “estado”. Se trata de una especie de trance (borrachera, como alguna vez lo definió una alumna) en la que no es la cabeza la que acciona y guía el trabajo (aunque ciertamente colabora) sino el estar aquí y ahora, que es lo que abre las puertas. Con este tiempo, cada actor aprende sus caminos para alcanzar el estado, que es lo que le sirve para activarse (el silencio, el grito, la inmovilidad, el movimiento, el trabajo corporal…). Según la metodología, la creación solo nace allí. El “estado” es la puerta a la inspiración y a la emoción. Lo que ocurre, es que en ese “estado” vivo hace falta recurrir a nada para emocionarse. Allí, todo te emociona. Y ese “estado” –desde la inestabilidad de los comienzos, cuando lo tienes y lo pierdes a cada rato- se mantiene y se explora estando en el aquí y ahora. Y trabajando sin juicio (el juicio no encuentra lugar en el momento presente).

Solo Tercer Año (2010) - Dirección: Jessica Walker - Foto: Jorge Gareis

El teatro del Laboratorio te pide que no te permitas pisar el escenario fuera de “estado”. Que sólo lo ocupes “lleno”. Y aprendas a generarlo y mantenerlo. Que estés “vivo” ahí. Encendido. Cuando eso ocurre, el escenario se convierte en una dínamo, que concentra más y más energía a partir del estar de los actores. Y sobre todo sin esfuerzo, pues el estado te permite crear sin esfuerzo. Pues no eres tú quien crea. Tú eres sólo el canal. El espíritu utiliza tus gestos, tu lenguaje corporal, tus palabras, tu memoria, tu imaginario, tus recursos. Pero no eres tú. Es con lo tuyo. Pero lo que nace de ahí es algo distinto, algo nuevo. Algo que no es de este mundo (es imposible de explicar, aunque se lo reconoce cuando se lo experimenta). Como el espíritu crea con tus herramientas, es contraproducente negarlas. Pues la creación se vale de ellas, y juzgarlas es bloquear el flujo.

Honrar el espacio sagrado es estar ahí, en el aquí y ahora de la obra, pase lo que pase.

domingo, 13 de marzo de 2011

Los espacios teatrales son espacios humanos

Por Jessica Walker

Dúos Tercer Año de Laboratorio 2010 - Dirección: Jessica Walker - Foto: Jorge Gareis

Los espacios teatrales son espacios humanos, donde se aprende que el arte de dar es el arte.

Escribir de teatro, entonces, es escribir sobre la belleza humana, la belleza de equivocarnos, la belleza de ser imperfectos, la belleza de un monstruo que se resiste profundamente a entregarse a sí mismo, que crea una fortaleza irreal, ñoña y absurda porque sencillamente ha olvidado que el juego consiste en jugar un rol desde la sencillez de quien es. No hay nada que nos pueda sorprender más en un escenario que tocar nuestra humanidad sencilla y ofrecer lo mejor de ella.

Si viviéramos el proceso creativo con sencillez, fuese el que fuese, no atacaríamos ni mataríamos a nadie. El juicio quedaría atrapado sobre sí mismo sin efecto ni resonancia y el aprecio por el otro creador quedaría intacto. No lo anularíamos, no lo empequeñeceríamos, no me perdería empequeñeciéndome yo también.

Comprenderíamos que nuestros dones no son exclusivos de nada, que el teatro no es exclusivo de nada. Es sólo para irradiar servicio. Un camino de servicio. Un camino de vida.

La sencillez es un recorrido paciente hacia el uno mismo que nos inspira para desarmar nuestro personaje -hablo del personaje que arrastramos cada día en nuestra vida, ese que quiere pasar inadvertido o llamar la atención-. En ambos casos, es el mismo miedo disfrazado de oveja o de león. ¡Imagínate entonces el poder del miedo! Cuánta forma atrapada en su propio cliché.

Es difícil creer y sobre todo sostener que quien yo soy no depende del tiempo, del comentario ni de una buena o mala función. No depende de nada del exterior. Lo único que pasa es que nuestro ego quiere que otro ego le rinda culto. Desde aquí el juego pierde esencia, se transforma en tramposo y pierde el sentido. Toda nuestra investigación teatral se tiñe de importancia personal y pierde el sentido espiritual, la conexión con el verdadero toque, porque el corazón es el que plasma poesía y trascendencia.

La creación es permanente. Viene del espíritu. La confianza vive en el espíritu. Un verdadero enamorado se queda sin defensas, desarma el personaje y asume su libertad.

Así un verdadero ser humano-actor desarma su personaje creado desde la importancia personal, desde la forma, para dar paso a la persona-personaje al servicio de la historia, al servicio de su propia humanidad. Siempre vuelve a ser página en blanco, porque no es lo que habla, es lo que sucede con lo que habla, como con lo no verbal. Genera un estado para que ese estado genere una emoción y esa emoción canalice la comprensión de lo que se hace en escena. Queda al descubierto la necesidad profunda de un entrenamiento espiritual.

Permítete elevarte en el escenario. Ama tu sombra. No es un juego de poder de quién es el mejor actor. Es la comprensión profunda desde un corazón. Todos cumplimos un rol en el juego del escenario. Asume el tuyo. No es mecánico. Es a pala y escoba.

Compartir, no obtener.


(Publicado originalmente en la revista "ahoraYoga" nº 4) 

sábado, 5 de marzo de 2011

El espíritu en escena

Por Camilo Zaffora 
Laboratorio Escuela 2010. Foto: Jorge Gareis

En mis dos años en el Laboratorio, experimentando la metodología y siendo testigo de cómo mis compañeros la experimentaban, cada día me asaltaba la certeza de estar participando de algo nuevo y revolucionario. En esa luminosa sala de Torres i Amat, escondida en el centro de Barcelona, estaba ocurriendo algo decisivo para la historia del teatro. Una certeza nacida desde el fondo de mi ser, que no se apoyaba en mi experiencia –he leído y visto muchas obras, pero no tantas como para considerarme una autoridad en la materia-. Examino esta sensación y detecto algo de ego allí: esa aspiración secreta de ser uno de los que “estuvo ahí”, de participar en un momento histórico, de ser  uno de los discípulos de la nueva Stanislavski, un estudiante de la maestra llegada para iluminar el futuro de las artes escénicas y fantasías similares. Alcanzo a ver esta necesidad egóica mía y la desestimo como innecesaria. Pero la sensación de que aquí hay algo “nuevo” no me abandona.

Entonces: ¿Dónde está lo nuevo del teatro del Laboratorio? Buceando en la abundante bibliografía sobre teoría y pedagogía teatral, encuentro conceptos similares a lo que he escuchado en boca de Jessica durante mi aprendizaje. Sin duda, las investigaciones de nuestros maestros del pasado por encontrar lo “vivo” del teatro los ha hecho alcanzar conclusiones parecidas, que cada uno enunció a su manera y según su propio background. Desde el punto de vista estrictamente teatral, Jessica Walker no es diferente a muchos buenos maestros del pasado y el presente, que desarrollan una síntesis personal de lo que han ido absorbiendo a lo largo de su vida artística (en el caso de Jessica, aparece el mimo corporal dramático, la danza teatro y el butoh, entre otras disciplinas). Lo realmente nuevo del Laboratorio es que es un enfoque que incluye a Dios.

El siglo XX fue el más prolífico en cuanto al desarrollo y documentación de la teoría teatral. Pero en los últimos cien años –el período más secular de la historia humana- los grandes maestros evitaron hablar de Dios a la hora de hablar de teatro. Más bien todo lo contrario: el teatro buscó legitimarse a través de la ciencia. Buscó llegar a la verdad del actor tomando elementos del método científico. Términos como investigación, laboratorio y experimento se volvieron de uso común en la tentativa de capturar esa magia volátil e inesperada que sucede en el escenario de tanto en tanto, y repetirla con éxito. En ese contexto, hablar de Dios era una vía segura para desprestigiar una propuesta. Términos como “actor santo” y “teatro sagrado” se utilizaron con cuidado y más como metáfora que como alusión directa.

El teatro de Jessica Walker no esconde esta pretensión. La práctica del laboratorio busca lo sagrado del teatro, en un sentido que incluye a Dios.

EL SER HUMANO ACTOR

El trabajo dentro del Laboratorio parte de una concepción que no separa al actor del ser humano. El desarrollo de lo actoral va de la mano al crecimiento personal. El ciclo básico del Laboratorio dura dos años, y lo que allí se hace es tanto teatro como terapia. No están separados: es sanación a través del teatro. A pesar de que el proceso personal del alumno es central, lo teatral –sobre todo en segundo año- se aborda con una rigurosidad “profesional”. El punto de partida del proceso creativo es uno mismo. Los alumnos desnudan sus heridas en el escenario, pero el resultado de su trabajo está muy lejos del exhibicionismo y la autocomplacencia. Con este material, el Laboratorio logra teatro poético, sincero y bello, a través de un trabajo riguroso y disciplinado.

Solos 2009 - Dirección: Jessica Walker. Foto: Jorge Gareis.

El énfasis en la sanación no es casual, ya que una de las claves del Laboratorio es “a mayor esencia, mayor presencia”. Es decir, mientras más pleno y abierto el ser humano, mejor actor. Mientras menos temeroso, más predispuesto a entregarse al acto teatral. Por el contrario, mientras más egóico, mas fácil para él esconderse detrás de su “talento” y sus herramientas (la gestualidad, el dominio del timing, una voz entrenada, el histrionismo, la energía, la plasticidad corporal). A un actor que se esconde detrás de lo que “hace bien” es muy fácil admirarlo pero muy difícil amarlo. Por el contrario, es inevitable enamorarse de un actor que deja ver su esencia porque es inevitable enamorarse de una persona que deja ver su esencia. La esencia enamora, porque es de Dios. Es la chispa de lo sagrado (la “verdad” de la que hablaba Staniskavski?). Amamos la verdad porque nos libera. Amamos la verdad porque es lo que somos.


CONFIANZA Y PACIENCIA

Solos 2006. Dirección: Jessica Walker.

Avanzar hacia el teatro sagrado implica conducir (dirigir) un proceso creativo con atributos más propios de un maestro espiritual que del tradicional director de escena. Paciencia infinita y confianza incondicional. Jessica Walker jamás apura el proceso de ningún actor. El estudiante trabaja (busca) en el escenario bajo la atención sin fisuras de la directora, que espera hasta que surge algo vivo. Esta espera puede ser de un minuto o meses, según cada alumno. Pero no hace diferencia. La directora no deja que su miedo al tomatazo obstaculice el proceso natural del estudiante. Su confianza en él no depende de su mayor o menor “talento”. Una confianza que se sostiene aunque el bloqueo del estudiante le impida dar de sí, incluso si este bloqueo se resiste a ceder semana tras semana. Dicho en palabras de Jessica: “Confío en ti, aunque no sepa porque”. No hay diferencia esencial entre el más tímido y el más confiado de los estudiantes, entre el más histriónico y el más torpe. La magia está al alcance de ambos por igual.

Y la magia ocurre. Gracias a esa paciencia y confianza sin concesiones, el alumno por el que nadie apuesta florece de golpe, de un minuto para el otro. Su trabajo pasa de la nada a estar vivo, intenso y verdadero en un abrir y cerrar de ojos. No hay progresión, hay milagro.

todas las artes están dedicadas místicamente al perdón

Por Jessica Walker

Foto: Jorge Gareis

Un actor necesita entrar en un espacio sagrado -esa es la conexión- para que pueda perderse y disfrutar la estructura de la creación teatral.

Un actor necesita un entrenamiento espiritual para que pueda crear a partir de un estado interior y comunicar al exterior sin máscara, sin proyectar nada, sin juzgar lo que hace. La profesión del actor en sí misma es egóica. Si "funcionas", todo el mundo quiere trabajar contigo. Si no "funcionas", nadie quiere trabajar contigo.

Cuando comprendemos que no tenemos que hacerlo bien en un escenario, sino que tenemos que hacerlo vivo, surge la entrega a algo mas grande, nuestro espíritu es tocado.

Recordamos la esencia y nace la presencia.

Una verdadera presencia es sin esfuerzo. Una presencia con esfuerzo es una presencia egóica, por eso en el escenario nos perdemos tanto.

La sencillez de un material sentido y codificado hace que sea posible la repetición -maestra indiscutible a la hora de reflexionar sobre la experiencia-.

Lejos de ser un animal muerto, la repetición se redescubre a sí misma cada vez, dejándonos desnudos ante las ganas de nuestro ego de cambiarlo todo.

En el entrenamiento de laboratorio podemos distinguir tres fases básicas por donde pasa siempre un actor-creador:

Proceso de búsqueda. El niño perdido.

Proceso de codificaje. El adolescente enterándose del acne.

Proceso de repetición. La madre. El padre.

La comprensión de quienes somos y lo que hacemos marcará la profundidad de nuestro trabajo a la hora de llevarlo a escena.

Aprender a escucharnos para aprender a ser escuchados.

Cuando el actor-creador aprende a escucharse, el escenario se ilumina, es elevado por sobre su oscuridad.

El arte, entonces, cumple su función mística, abre nuestro ser esencial, expande al hombre común y corriente que somos, lo perdona, une y trasciende. La lucha se convierte en trabajo, el trabajo en talento y el talento en servicio.


(Publicado originalmente en la revista "ahoraYoga" nº 2)