martes, 22 de noviembre de 2011

Hamleti y la inocencia (parte 2)

Por Orland Verdu

Segunda parte del dossier de "Hamleti", el trabajo final de la generación 2009/2011 del Laboratorio Escuela de Expresión Corporal Dramática. "Hamleti" se presenta en la Sala L´Mono de Bilbao (Andres Isasi kalea 8.2). Viernes 25 y sábado 26 de noviembre de 2011 a las 21 horas. Dirección: Jessica Walker.


Jessica Walker, directora del Laboratorio Escuela de Expresión Corporal Dramática, somete a una vuelta de tuerca más al clásico de William Shakespeare, en esta nueva versión de Hamlet. Una versión de adaptación libre que se inspira en el texto para construir un organismo escénico nuevo, y hasta cierto punto autónomo. Esta revisión del clásico, como en otros casos, permite a Jessica Walker devolver a la obra toda la fuerza del mito gracias a su readaptación a la actualidad contemporánea.

Hamleti es una obra viva, intensa y coral. Los personajes constituyen un todo intercomunicado en el que el peso recae sobre el grupo: la tragedia de Hamlet es colectiva. A lo largo de la obra, abundan las escenas grupales, donde –a la manera griega– el coro de personajes ahonda en la tragedia del mito y confronta al público con su propia verdad interior. La propuesta del teatro del Laboratorio de Walker es servir al actor y al público para sanar su propia verdad interior mediante la confrontación con todo su ser, por dolorosa que sea esta confrontación. De la aceptación de nuestras sombras, emerge el perdón y la inocencia.

Los actores encarnan los personajes vestidos con pañales, como espectros que aparecen desde la oscuridad, despojados de toda vida. Lo único que los une a este mundo es el pañal, símbolo de la infancia y la vejez, de la vulnerabilidad y la decadencia. Metáfora del envoltorio del cuerpo y de su decrépito estado, el pañal envuelve a los personajes con el halo de la inocencia de un recién nacido, como si en realidad no hubiéramos crecido nunca. La conciencia del hombre se halla todavía en pañales pese a la vejez de nuestros pecados, parecen advertirnos.

El blanco del pañal y del resto de elementos escénicos y atrezzo acentúa la sensación de la pureza propia de la inocencia, pero también de la locura de un psiquiátrico o de la crueldad aséptica de los hospitales. Las metáforas y el juego simbólico se encadenan sin fin en un juego de evocación para el espectador, donde las sillas blancas de los personajes tienen una función simbólica de primer orden.

El espectador entra en la sala y contempla un caos de sillas y actores gritando y saltando, forcejeando, abrazándose y llorando. Y al fondo, en el muro, los reyes de Elsinore aplaudiendo. Estamos ante la famosa escena en que Hamlet intenta desenmascarar a Claudio mediante el recurso a la representación escénica. El teatro dentro del teatro. Los actores representan con sus cuerpos doblados, caóticos y lunáticos, el asesinato del rey Hamlet y el argumento de la obra. Las sillas son su punto de apoyo, metáfora de la vida y la muerte. Su lugar en el mundo es lanzado por los aires por el destino de la Historia, para la que el ser humano no representa nada. En medio del caos, el amor imposible entre Hamlet y Ofelia.

Jessica Walker juega a los espejos y a la deconstrucción de los personajes para forjar una nueva realidad, poética y brutal. Múltiples actores en escena para un mismo personaje, como la primera escena de un grupo de Hamlets discutiendo entre sí para afirmar su identidad, dan una imagen mucho más acertada del laberíntico estado interno de todo ser humano. Nuestras contradicciones retumban en cadena. La escena de las Ofelias hablando con su madre muerta, recreación de un vacío que clama ser llenado en la obra original, es otro ejemplo del desdobla-miento de personalidad del personaje a través de la individualidad y la esencia que ha conseguido imprimir cada actor a su papel.

Tampoco el sexo original de los personajes es respetado. La maravillosa escena grupal –en un cine, con las sillas blancas simulando butacas– de un grupo de Hamlets interpretado por mujeres es de una sencillez y un impacto escénico inmediato. Cada actriz expone sus dudas como una especie de confesión final previa al famoso “Ser o no ser”. Estamos a las puertas de la apoteosis de la vida y la muerte, hacia el final de la obra. Las reflexiones de Hamlet se mezclan con los movimientos espectrales de los muertos, que toman sus sillas y se sientan en primera fila, frente al público, para pronunciar su nombre y confesar su inocencia.

La vida del personaje y la esencia del actor se entrelazan en un intento de trascender el papel dramático para tocar el alma humana. Hamleti, obra coral, llena de inocencia y dolor, aúna un elenco de actores capaces de tocar el corazón del espectador mediante una sinceridad absoluta. El trabajo actoral se basa en la técnica ideada por Jessica Walker en su escuela. “A mayor esencia, mayor presencia”, es el lema de su metodología. La presencia de los actores en el escenario llena el vacío con su vida desnuda. La entrega al acto creativo es un acto de honestidad y de amor. Como toda gran tragedia clásica, Hamleti deja huella en el espectador y provoca una sensación interna incómoda pues nos enfrenta a nosotros mismos y a nuestra época histórica. Jessica Walker y sus actores nos invitan a una reflexión profunda sobre el dolor y la injusticia, sobre la inocencia y el perdón. Más allá de la vida y la muerte, el espectador debe contestar con sinceridad a la eterna pregunta de “Ser o no ser”.

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